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Extra 01.

Cuando Mingyu a los dieciséis años ingresó a cuarto grado de secundaria, siendo un alfa majestuoso y con energía de sobra, ya tenía en mente derrotar al líder del instituto para apoderarse de su territorio.

No le gustaba la forma tan salvaje en que dominaba, amenazando a estudiantes y profesores por igual, sin ningún respeto por betas u omegas que trataba como basura. Así que en secreto entrenó los primeros tres años de secundaria para arrebatarle el poder.

Kim Mingyu pasó de ser invisible, a ser una leyenda el día en que enfrentó al alfa dominante y lo mandó al hospital. Los subordinados y fieles seguidores de aquel alfa, inclinaron la cabeza ante él y le prometieron lealtad. Fue así como inició su reinado, cambiando las reglas para que el terror y represión de los más débiles dejara poco a poco de atormentarlos. Sin embargo, todo se complicó cuando alfas líderes de territorios vecinos comenzaron a unirse para vencerlo, ya que no les gustaba la forma en que manejaba y mantenía el orden. Mingyu era fuerte, pero contra tantos alfas feroces no habría podido ganar, al menos no solo, por ello la presencia de Seokmin entre sus aliados le fue una bendición.

El lobo del chico todavía no despertaba, pero era sigiloso y letal, por lo que Mingyu no dudó el permitirle luchar a su lado. A pesar de ser pequeño en estatura y delgado, no se intimidaba con tipos que le sacaban más de una cabeza de diferencia. Era bueno manejando armas blancas e inteligente, pero sobretodo, era fiel a Mingyu. Veía en él un ejemplo a seguir, lo admiraba y pronto pasaron de ser compañeros a mejores amigos.

—Me acaban de avisar que te tendieron una emboscada cerca del canal —dijo interponiéndose en su campo de visión—. Creo que lo mejor será evitarlos, todavía no te recuperas de la última pelea.

Seokmin le observaba desde arriba, con los brazos cruzados sobre su pecho. Mingyu se mantenía con los ojos cerrados disfrutando —hasta hace poco— de los rayos de sol desde la terraza del edificio principal de la secundaria.

—Los enfrentaré, pero si tú no quieres ir, lo entenderé —respondió con cierta pereza.

La verdad era que no deseaba hacerlo, pero sabía que si no iba, no dudarían en molestar a los primeros omegas que se toparan. Comenzaba a odiar aquella rutina de violencia, aunque también era consciente que era la única forma de proteger a los suyos.

—También iré, alguien tiene que cubrir tu espalda —expulsó en un suspiro.

Se dejó caer al lado del alfa y como solía hacer desde que lo conoció, se acurrucó en su costado izquierdo. Esperando que Mingyu le diera unas palmaditas en la cabeza para que lo liberara.

—Seokmin, me estás aplastando —se quejó, mas no hizo nada para alejarlo.

—Es que eres muy cálido —replicó como ronroneando de felicidad.

Mingyu rió y continuó relajado.

No era fácil ser el líder de un territorio tan grande, pero gracias a la compañía de Seokmin, al menos sentía que no era un camino tan solitario.

—¿Tu lobo sigue sin aparecer? —cuestionó repentinamente al intentar olfatearlo, ya que a comparación de otros chicos, Seokmin era difícil de identificar debido a que no poseía aroma. Incluso a él, en ciertas ocasiones le tomó desprevenido.

El día en que su segundo género fuera revelado, entonces debía decidir si lo seguiría manteniendo junto a él.

—No, creo que soy de los que no tienen uno, ni siquiera beta... Pero está bien, no necesito de un lobo —contestó apartándose por fin de Mingyu.

—Pensé que eras de los que son fanáticos de esas historias de lobos destinados —se burló ganándose un puchero del más bajo.

—Me gustan, todavía confío en que encontrarás al tuyo y yo estaré ahí para asegurarme que te merezca, pero no me entusiasma tener uno para mí —explicó estirando los brazos para que la tensión en los músculos de su espalda cediera.

—No necesitas cuidarme, ya te he dicho que te encargues de tus propios asuntos —una mueca de desagrado se formó en su expresión, al recordar todas las veces que Seokmin le impidió acostarse con algún omega argumentado que debía esperar al indicado.

—Es que para el amor eres un tonto, a la primera persona que te topas y que huela bien, ya andas tras su cuello como un perro hambriento —replicó saltando para que el puño cerrado de Kim no le alcanzara. Al verle con el ceño fruncido soltó la carcajada.

Antes de seguir discutiendo checó la hora en su celular comprobando que las clases habían terminado. El único momento en que podía bajar la guardia era cuando se saltaba alguna clase y subía a la azotea, con Seokmin tras sus pasos.

Se levantó del suelo y sacudió su uniforme.

—Todavía estás a tiempo para arrepentirte —ofreció caminando hacia la puerta.

—Yo nunca huyo, recuérdalo bien, Kim —aseguró llegando a su lado con una sonrisa radiante. No temía a las luchas, al contrario, parecía que le excitaban.

Sin contradecirlo imitó su gesto.

Reunió a un grupo considerable de alfas y juntos fueron al encuentro de aquellos que amenazaban con romper la paz por la que tanto había sacrificado.

Con palos, navajas y manos vendadas, iniciaron el ataque que se prolongaría hasta que Mingyu cayera, o hasta que los otros líderes se rindieran. Kim pateó feliz los traseros de aquellos bastardos que cada vez le odiaban más, iba ganando cuando un aroma peculiar invadió el campo de batalla.

Al instante buscó a Seokmin, por instinto se movió hasta que lo encontró tirado en un charco de sangre. Su lobo por fin se había manifestado. Solo que era un omega.

Los alfas enseñando los colmillos comenzaron a perder el control y cambiaron enseguida de objetivo. Mingyu con el corazón oprimido contra su pecho fue más rápido que el resto.

Tomó a Seokmin del suelo y lo cargó en su hombro, hasta sus aliados intentaron perseguirlo para arrebatarle al omega en celo. Como pudo los esquivó y corrió tan rápido sin importarle las protestas de sus piernas, ni el dolor de cabeza que le invadía por resistirse a atacar a Seokmin.

Cuando lo llevó a un lugar seguro, enseguida se apartó de él y se cubrió la nariz.

Lo mejor era llevarlo a un hospital, pero temía no llegar a tiempo sin antes devorarlo.

—¡Mingyu, Mingyu! —el omega se retorció en el suelo, apretándose el estómago, el calor en la zona era doloroso, al alzar la vista y encontrarse con la del alfa, intentó arrastrarse hasta él.

¡Aléjate, Seokmin! —expulsó con su voz de alfa.

Lee era su mejor amigo, era como su hermano, no podía tocarlo, por mucho que lo deseara. Sabía que era debido a las feromonas y a su instinto.

Debía ser más fuerte que su lobo, no podía permitir que lo controlara.

Con dificultad se puso de pie, retrocediendo, planeaba buscar ayuda. Él no podía hacer más por Seokmin. Sin embargo, su voz trémula y suplicante le impidió dejarlo.

Estaba herido, afiebrado, y los ojos hinchados por el llanto.

—Mingyu, por favor... —apenas audible emitió observándolo.

No podía abandonarlo, ambos tenían diecisiete años, pero entendían que harían cualquier cosa por el otro.

✧✦✧

Parado en el altar esperaba nervioso por Seokmin. Su pulso era un desastre y su vista amenazaba con nublarse. Su corazón hinchado en su pecho.

No podía creer que estuviera allí, después de todo lo que pasaron. Lee sería su esposo, su pareja, el omega con el que formaría un vínculo para toda la vida. Se sentía feliz y a la vez temeroso. No tenía la menor idea de lo que le depararía el futuro, pero no se arrepentía de ni una sola cosa de su pasado.

Al graduarse de la secundaria, abandonó su sueño de estudiar una carrera y entró a una empresa como auxiliar administrativo, además de los fines de semana trabajar como pintor con un amigo. Ya que necesitaba apresurar las cosas para salir de casa y poder costearse un departamento con Seokmin. Ambos comenzaron a trabajar y el sueño de vivir juntos llegó tres años después.

Cuando sintió que podía darle una vida digna, le propuso matrimonio y el omega aceptó.

Lo amaba. Cada parte de Seokmin, no cambiaría nada de él.

Su mejor amigo y cómplice de aventuras pasó a ser su preciada pareja, pasó a ser el chico que adoraba y por el cuál su lobo se volvía todavía más fuerte.

Las palmas de sus manos estaban sudorosas, había soñado tanto con ese momento, con ver a Seokmin caminar hacia él, con aquella sonrisa preciosa, con un traje blanco que entallaba su figura sensual, mirándolo en todo momento.

Sin embargo, estaba tardando, más de lo planeado.

Un tanto impaciente y ansioso observó la entrada, deseando que apareciera pronto, entonces como leyendo sus pensamientos, una figura se recortó entre la luz del día, abrió grande los ojos inundado de felicidad y tras el shock inicial, su corazón se escurrió hasta el suelo.

Apresuradamente aquel hombre se acercó hasta él y le susurró al oído que Seokmin no iría.

Y así fue como descubrió lo sencillo que era romper una ilusión. Un sueño. Una vida.

Permaneció parado en el altar mientras sus familiares y amigos se dispersaban, mientras le miraban con lástima y sin las palabras correctas para consolarlo.

Miró a su madre antes de sonreír con tristeza y bajar para perderse en algún lugar lejos de todos los que conocía, lejos de todos aquellos que de alguna forma le recordaban a él.

Terminó en Bangkok, con el dinero que ahorró pudo pagarse la universidad, estudió una licenciatura en educación y se mantuvo lejos de todos los omegas que se cruzaron por su camino.

No confiaba en ellos, no podía confiar en una ilusión creada por feromonas. Por ello comenzó a salir con betas, pero incluso así, no consiguió formar una relación estable.

No es que fuese por la vida acostándose con cualquiera, de hecho, su vida sexual cada vez se fue limitando más.

Odiaba el concepto del destino, de aquel que ata a alfas y omegas, prefería arrancarse el corazón él mismo, antes que entregárselo a un omega que seguro nunca podría amarlo igual.

Mingyu fue intenso, fue fuego, ahora, no era más que un puñado de cenizas que el viento arrastraba a su conveniencia.

No culpaba a Seokmin por lo sucedido, ni le guardaba rencor, tampoco lo volvió a buscar, ni Lee regresó a su vida.

Hasta que comenzó a hacer sus prácticas en un jardín de niños, ahí descubrió que adoraba cuidar de ellos y hacerlos reír, pensó que había encontrado una fuente invaluable y peculiar de felicidad.

Tras graduarse firmó un contrato con aquel preescolar y comenzó a trabajar diligentemente. Estuvo así un año.

Sin embargo, no había terminado de descubrirlo todo.

—Qué bonito, ¿es tu familia? —cuestionó a un pequeño.

Se acercó a él al ver que se mantenía apartado del resto de niños, con los ojos rojos por haber llorado. Era normal, era el primer día de clases para el menor, entonces intentó darle un poco de ánimos.

Sungbin asintió con timidez y reunió valor para mirar a su profesor. Mingyu olfateó el aire.

De repente, sintió que ya no estaba en el aula, sino, en medio de un campo de girasoles. Su corazón se aceleró y tuvo que aferrarse a la mesa para no caer.

Sintió una mezcla de emociones que no le pertenecían, y enseguida se percató que era debido a Sungbin. Uno de sus padres debía ser omega. Nunca le había pasado algo similar, quizá el aroma de aquel omega era muy fuerte al punto de impregnar a su hijo.

Volvió a echar un vistazo al dibujo del pequeño, sin sorprenderse por encontrar tres adultos y un niño en aquella hoja.

Acarició su cabeza y le pasó una caja de crayones para que los pintara.

✧✦✧

No estaba en sus planes conocer al padre de Sungbin, pero el niño tomó su mano y le pidió que lo acompañara a la salida, no pudo negarse ante los ojos brillosos del pequeño.

El sol estaba en lo alto y con cada paso que daba sentía aquel aroma incrementar, observó a los lados esperando que alguien más se sintiera incómodo por el olor, pero parecía que él era el único en notarlo.

—Eres muy bueno dibujando, seguro tus padres se sentirán muy felices al ver lo que hiciste hoy —le dijo a Sungbin con voz amable.

—Se lo regalaré a mi papi Soon —confesó sin despegar la mirada del mayor—. Mañana dibujaré unas flores para ti —ofreció con una sonrisa inocente que hizo que Mingyu imitara el gesto.

El pequeño se soltó de su mano cuando llegaron frente al omega que le miraba tras espesas pestañas.

Era definitivamente él, era quién desprendía tan fuerte aroma.

—Ve con cuidado y no olvides tus deberes —expulsó en un intento por distraer su mente en algo más que en su olor, a la par que revolvía los cabellos del menor.

—Gracias por... —le escuchó responder.

Su voz dulce le hizo desear apresurarse para irse de ahí.

—Es un niño encantador, me contaron que en la mañana no quería ingresar, pero confío que será diferente a partir de ahora —respondió a modo de despedida, lo mejor era alejarse cuanto antes, sin embargo, la curiosidad triunfó y terminó alzando la vista.

Le vio asentir y estrechar a su hijo con fuerza, para después alejarse de él. Por más que sabía que debía hacer lo mismo, se mantuvo plantado en el suelo, incapaz de dejar de observarlo.

Y lo odió un poco, pero más se odió a él mismo por reaccionar a un omega.

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